miércoles, 25 de agosto de 2010

LA CLASE MEDIA ARGENTINA Y EL PIQUETE AGROPUECUARIO: CATEGORÍAS PARA UNA DESCRIPCIÓN DENSA - Valeria Rodríguez Lamas

Resumen
La clase media argentina constituye uno de los actores sociales determinantes en la arena política. Durante el paro[1] agropecuario que tuvo lugar entre los meses de marzo y julio de 2008, la clase media se manifestó pública y espontáneamente a favor de los grupos agrarios de poder. El presente artículo propone un recorrido por algunos de los dispositivos simbólicos y prácticos que subyacieron a las acciones singulares de esta clase durante el conflicto, proponiendo aristas para una reflexión social prolífica y substancial.

Palabras clave: clase media, poder, paro agropecuario, simbólicos, prácticos.

Abstract
The Argentine middle class is one of the social actors who are determining in the political arena. During the agrarian lock out which took place between May and July, 2008, the middle class declared itself, publicly and spontaneously, in behalf of the agrarian powerful groups. This editorial purposes a run among some of the symbolical and practical devices which formed the basis of this class’ particular actions during the conflict and plans aspects for a prolific and substantial social reflection.

Key words: middle class, power, agrarian lock out, symbolic, practices.


Introducción

            La crisis política que eclipsó a la Argentina durante el año 2001 compuso una serie de partituras sociales, entre las cuales figuraba inicialmente la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”, que fue leída como síntoma de una alianza -efímera, transitoria, utilitaria- entre dos grupos sociales de contraste: los sectores medios y las clases populares. Siete años más tarde, en medio de un conflicto que los medios califican de “paro”, “piquete”, “huelga”, “lock out” o “reforma” -vaciando arbitraria y negligentemente de sentido cada término y negando la historicidad perentoria que exudan las palabras, para remitir indefectiblemente a un fenómeno homogéneo e indistinguible de significados-, el piquete -ejecutado en esta oportunidad por ciertos sectores de poder- y la cacerola, vuelven a subir al escenario. En este encuentro, que evidencia representaciones sociales movilizantes, prácticas xenófobas[2] y conflictos de clases, subyace un claro proceso de imposición del sentido y la construcción de hegemonía.
            El 11 de marzo de 2008 el gobierno de Cristina Fernández aplicó un nuevo sistema de retenciones (impuestos a las exportaciones) móviles[3]. En función de este esquema, los productores agropecuarios deberían entregar al Estado el 44% de la recaudación proveniente del comercio de la soja[4]. En consecuencia, el 25 de marzo de 2008 diversos grupos vinculados al campo iniciaron piquetes en rutas interiores y de comercio internacional, generando paros de transporte, cuantiosas pérdidas de mercaderías, rupturas en los mercados de comercio y desabastecimiento en los centros urbanos. El 26 de marzo de 2008, sectores de clase media argentina se manifestaron en las calles mediante cacerolazos espontáneos, en apoyo al piquete agropecuario.

Indices y representaciones sociales movilizantes

Sabemos que la lectura indiciaria se activa más profusamente durante los momentos de crisis. “Una gran parte de nuestra vida se estructura sobre la lectura de índices, sobre la comunicación corporal y sobre la constante elaboración de conjeturas y abducciones. Que esto, que es tan obvio como demostrable, no sea tomado en cuenta, es parte de la metafísica binarista con que se ha planteado la modernidad” (Ford, 1994: 76).
El piquete agropecuario promovió esta lectura fragmentaria como vía alternativa de construcción de sentidos. Frases como “los del cacerolazo tenían camisitas Polo”, “nosotros cagados de hambre y estos con las Chevrolét diciendo que no podemos pasar”, implican marcaciones indiciarias que coadyuvan en la elaboración de interpretaciones sobre el conflicto. “Venía por Salguero –comentó frente a las cámaras de televisión de canal 13 un manifestante a favor de las reformas gubernamentales- y en Salguero y Libertador me encontré con un cacerolazo, viste gordo y golpeaban las ollas Essen que salen 300 mangos cada una... déjame de joder”. La lectura indiciaria sobre el espacio público -y su correspondiente interpretación significante-, operó también como elemento deslegitimador de la protesta: “¿Dónde cacerolean? –increpó otro manifestante bajo el micrófono del canal TN- ¡En Belgrano, señor, y en Caballito! ¡Falta que se pongan a cacerolaer en Recoleta!”.
      La lectura de índices posibilita, además, un punto de partida para comenzar a desnaturalizar algunas de las representaciones sociales que funcionan como plataforma para la construcción de consenso. “Estoy con el campo” y “Estoy con los chacareros”, anunciaban las hojas A4 (no es arbitraria esta información) que algunos de los manifestantes a favor del piquete elevaban frente a la Casa de Gobierno. Pero ¿Qué significa “estar con el campo”? O más precisamente: ¿Cuáles son las representaciones que subyacen detrás del signo “campo” y del signo “chacarero”?    
     Siguiendo a Martini (Martini, 2003), Díaz (Díaz, 1996) y Rodríguez (Rodríguez, 2003), hablar de representaciones sociales implica referirse a los sentidos presentes en un grupo social. Estos sentidos -resultantes de construcciones colectivas- dan cuenta de la percepción del mundo social, tienen una función ordenadora, categorizadora, funcionan como matriz reguladora del pensamiento y están en la base misma de la construcción de identidades. Las representaciones constituyen un sitio desde donde producir y configurar el sentido, aún en permanente estado de inestabilidad y transformación. Expresan el estado del grupo social, reflejan su estructura actual y la manera en que reaccionan frente a los acontecimientos.
     El análisis de las representaciones sociales resulta determinante a los fines de manifestar y de-construir los dispositivos mediante los cuales, una “verdad” -un verosímil- ingresa, circula y se instala en una sociedad determinada.
     En la Argentina el campo ha estado ligado a los sectores de poder país desde la época colonial[5], merced de conspiraciones políticas, privatizaciones y genocidios sistemáticos. La pauperización creciente de las comunidades nativas de zonas rurales[6], el vallado riguroso aún sobre pasos de agua comunes, la explotación de la tierra para el comercio internacional en detrimento de la fauna y la flora locales, han gestado diversos movimientos que buscaron defender o redistribuir -escasa e inútilmente- parte del patrimonio del país. Y es que la tierra constituye, en general, el recurso fundamental de un país, la fuente de materias primas a partir de la cual ese país sobrevive: crece, se desarrolla y comercializa. Por ello la tierra, pese a estar privatizada, no pertenece en su totalidad a quien ha detentado el dinero o los vínculos suficientes para comprarla, y es el Estado el que regula los porcentajes en que los resultados emergentes y fecundos de esas mismas tierras, son destinados al país que los contiene[7].
     Progresivamente las representaciones sobre el "campo" han incorporado a la arena simbólica una multiplicidad de sentidos (muchas veces en pugna), propios de su evolución en los diversos contextos socio-políticos. Así como los movimientos migratorios de finales del siglo XIX inauguraron representaciones sobre el campo ligadas al espacio popular de labranza y cría de ganado, al trabajo compartido y las comunidades emergentes; a partir de 1830 el "campo" resultó también sucesivamente cercado por denominadores vinculados al dinero y a la alta alcurnia, al modelo agro-exportador (que ha dado origen a metáforas y memorias colectivas referentes a la Argentina como el “granero del mundo”), a los apellidos de abolengo[8] y las pugnas intestinas, al poder político y económico que desconoce realidades paralelas de hambre, frío y basurales. Patoruzú está muerto. Los gobiernos militares, las privatizaciones, los enriquecimientos personales e ilícitos, las campañas contra los pueblos originarios, la deforestación y los olvidos lo han matado. El campo ha sido comprado, y sus compradores han procurado divulgar la justicia y el favor de su compra.
     Por ello, no resulta extraño que esa clase pendular y declamatoria para sus propios bolsillo, esa clase que livianamente vuelve a pedir “que se vayan”, desatendiendo a un gobierno elegido democráticamente sólo tres meses antes, esa clase en la que opera tan diestramente el sentido propio de otra clase[9], que se comporta como soldado y garante de intereses ajenos (en general lo único que la clase media tiene del campo es el anhelo). No resulta extraño entonces que esa clase media, saque a relucir una vez más sus cacerolas bajo una inequívoca proclama: “Estoy con el campo”.
     Hagamos un paréntesis. Referirnos al sentido común de la clase media invita a realizar una breve referencia gramsciana: si concebimos al sentido común como el sentido particular de una clase –en este caso la dominante- que es impuesto, asumido y naturalizado (y por tal, preservado de posibles cuestionamientos) por las clases subalternas; si aceptamos que este sentido es necesario y determinante en el proceso de construcción hegemónico, de dominación simbólica que ejerce el bloque de poder, la clase media es operante, funcional y custodia de los intereses dominantes. Dice Gramsci al respecto: “La historia de los grupos sociales subalternos es necesariamente disgregada y episódica. No hay duda de que en la actividad histórica de estos grupos hay una tendencia a la unificación, aunque sea a niveles provisionales; pero esa tendencia se rompe constantemente por la iniciativa de los grupos dirigentes y, por lo tanto, sólo es posible mostrar su existencia cuando se ha consumado ya el ciclo histórico, y siempre que esa concusión haya sido un éxito” (Gramsci, 2004: 493).
Sin embargo la clase media es pudorosa de sus propias xenofobias, y ante el cuestionamiento frente a su posicionamiento metonímico con la Sociedad Rural Argentina –cómplice de las dictaduras y gobiernos de facto, de oligarquías manifiestas y opulencias vox populi -, no tarda en responder: “No, yo estoy con los chacareros”. Y entonces otra vez aparece la trampa. Porque se elige este signo -que opera como mediación lingüística y despliega, por lo tanto, un sistema interpretante determinado-, cuyo referente inmediato es el trabajador de la tierra y se excluyen reflexivamente otras. En el proceso de captura simbólica que opera en la construcción del imaginario “chacarero”, queda por fuera el poder, la posesión de la tierra, las riquezas resultantes del comercio del suelo. El “chacarero” es un peón, un obrero que cultiva sus tierritas, es Mendieta cebándose un amargo.     
            La clase media (co-protagonista ineludible de este paro-piquete agropecuario) utiliza la palabra “chacarero” y e intenta convocar en este signo su propia redención. Pero “chacarero” es también el tenedor de la tierra, el terrateniente… sin embargo, cuántos y qué diferentes son los rasgos que el imaginario cristaliza a partir de este  otro significante.

Así en el alta aurora irradial

            Otro de los anclajes discursivos manifiestos en el período de protesta, corresponde al abanderamiento de los grupos enfrentados. “No venimos con banderas políticas, somos los argentinos saliendo a la calle”, expresaba un manifestante a favor del paro señalando las banderas argentinas que flameaban en Plaza de Mayo e instaurando una sinécdoque falaz.
Revisemos la historia nacional de los últimos 100 años. Ahora revisemos otra vez. Si pensamos a la política como uno más de los espacios en los que se revela la ideología ¿Con qué bandera se han identificado los grupos de poder y sus centinelas? Con la bandera argentina ¿Por qué? Porque los sectores dominantes no tienen banderas políticas: no las necesitan. En un país en el que los vínculos entre la política y la economía, el Estado y el dinero, han cimentado las bases de una pirámide inusualmente angosta en la cima, el poder –de nombrar, categorizar, inscribir, comprar y vender, infringir, establecer y circular- ha quedado enquistado en los únicos colores que le han brindado amparo: celeste y blanco. La “derecha” de nuestro país no ha tenido nunca la necesidad de formar su propia bandera, porque los gobiernos sucesivos le han prestado otra mucho más operativa: la bandera argentina.
            Los sectores de “izquierda”, en cambio, los marginales, los orilleros, los contra-doxa, los insurrectos, los opositores, los subversivos -capaces de subvertir el orden instituido-, en definitiva las minorías, debieron apelar a otros recursos simbólicos para instalarse y competir en el espacio político. Por ello, no dudaron tampoco en enarbolar sus banderas frente a las lustrosas argentinas, al son de: “Ahí está, ahí están, los que apoyaron al gobierno militar”, mientras los grupos urbanos de apoyo agrario respondían –no podía ser de otra manera- entonando el cercenado himno nacional.
            Sin embargo “a todo chancho le llega su San Martín”, y en cuanto comenzó a prolongarse el piquete y las góndolas denunciaron su desnudez ante una clase media obligadamente vegetariana, el apoyo declamatorio se volvió privado y silencioso. Con imágenes televisadas de los camioneros -y sus historias de vida- detenidos en medio de la ruta, las noticias sobre escasez en los pequeños y grandes mercados, la hipérbole en los precios de la canasta básica y el asado como el sueño de un pasado próspero, la clase media hizo un voto de reserva y desapareció del escenario público con la presteza del agua mansa. Pero ya sabemos lo que ora la voz popular haciendo alarde de un conocimiento que escapa a los grandes paradigmas instrumentales: “Dios me libre del agua mansa... que de la brava me libro solo”.
 Medios de in-hiper comunicación
            Sigue resultando fascinante la pulseada entre tecno-apocalípticos y tecno-integrados, como si todos los debates y las consideraciones acerca de los medios de comunicación, debieran ordenarse únicamente en estos dos compartimientos infranqueables y antagónicos. “Estas cosas son mucho más complejas de lo que generalmente imaginamos -escribió Alejandro Piscitelli-, y qué mejor que estudiemos y operemos más, antes de soltar tan livianamente la lengua declarándonos tecnofóbicos convencidos, cuando a los mejor no somos más que tecnofiacas escépticos”[10].
            Es indudable que los medios ocupan un protagonismo cultural casi imperativo, un lugar desde donde conocer y pensar los acontecimientos cotidianos, con la falsa certidumbre de la comodidad (¿seguridad?) del hogar. Durante el piquete agropecuario, la clase media vivenció cortes de ruta, tractorazos, sentadas, manifestaciones y asambleas desde la pantalla de televisión, acunando mansamente construcciones simbólicas proyectadas dentro y fuera del horario de protección al menor.
            Un elemento central de reflexión ronda en torno al posicionamiento de los medios masivos como ventanas abiertas al mundo. La pretensión universalista de constituirse en espejos de los acontecimientos, propicia una acogida despojada de cuestionamientos, límpida de interrogantes y criterios de formulación. La instantaneidad y la simultaneidad no alcanzan ya como referentes únicos del espejo mediático. Los medios ofrecen además la ilusión de transparencia, son el ojo de la cerradura de la historia. Si la noticia no pasa por los medios... sencillamente no pasa.  Los medios eligen mostrar, y en esta exposición revelan el ángulo desde el cual miran y muestran el acontecimiento, revelan su ideología. Los medios construyen la noticia al seleccionar cómo, cuándo y para quiénes exhibirla. Le agregan a la cultura un ladrillo y tienden puentes hacia los espectadores ávidos, que olvidan el carácter de constructo de aquello que reciben.
            Durante el piquete agropecuario, la televisión desempeñó un rol fundamental para gestar el apoyo de la clase media:
 En primer lugar confirió sistemáticamente un orden maniqueísta a la protesta. Fue “el campo” (en su totalidad homogénea) vs (fundamental para aprehender el concepto) “el gobierno” (despojado de su representatividad general); la pantalla partida entre los piquetes y la reunión de los dirigentes gubernamentales; las expectativas de uno frente a los discursos de los otros -estableciendo una medición de fuerzas desollada pero manifiesta-; las protestas arrabaleras y las movilizaciones de apoyo; los rostros atentos de los dirigentes ruralistas y la presidenta ratificando las medidas invocadas. Este esquema artificial, impulsó la representación (y ficcionalización) del conflicto, como una competencia inusualmente prolongada entre dos adversarios en igualdad de condiciones (de poder, de decisión), frente a los cuales la clase media se vio obligada a tomar partido. Incluso aún durante el período de discusión parlamentario (una vez que el nuevo sistema de retenciones fue trasladado por la presidenta al poder legislativo), cuando la plaza del Congreso comenzaba a florecer con carpas de diversos partidos y movimientos sociales[11], el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, manifestó públicamente que sólo se otorgarían permisos para instalar dos carpas: la del campo y la del gobierno. Esta medida, que fue popularmente desoída y deslegitimada, intentó cristalizar la bipolaridad del conflicto instalada por los medios de comunicación.
En segundo lugar, la televización del conflicto agropecuario estuvo centrada fundamentalmente en Buenos Aires (provincia tradicionalmente liberal y fuertemente discrepante con el gobierno de Cristina Fernández). Las cámaras y las plumas[12] apuntadas en ciernes sobre Buenos Aires, exhibieron mayoritariamente los cortes y tractorazos anclados en esta provincia, bajo la presunción totalizante de ser el reflejo del país entero. Las repercusiones internacionales de esta exposición devinieron en especulaciones sobre la ruptura económica y democrática, la crisis de legitimidad y el estallido social inminente (como puede leerse en el diario británico “The Economist” en su edición del 1º de mayo de 2008: “Dashing hopes of change, Argentina’s new president is leading her country into economic peril and social conflict”[13]), que ciertos sectores de la clase media invocaron para brindarle mayor pujanza a la protesta.


            En tercer lugar, numerosos personajes mediáticos (políticos, religiosos y culturales) referenciales para la clase media, transitaron diariamente los prime time de los noticieros de Canal Nueve, Telefé y Canal Trece, así como los canales de noticias TN y C5N, instalando metáforas, imaginarios y explícitas consignas políticas de oposición, en contraste con los representantes de posiciones más próximas al gobierno, que escasamente obtuvieron ese espacio televisivo: "¿Dónde está Scioli (gobernador bonaerense) o Schiaretti (gobernador cordobés) que deberían estar defendiendo al campo y no sometidos a la billetera del poder central?" (Elisa Carrió); "A los chacareros no se les dio confianza, reglas claras para progresar" (Mauricio Macri); “Señora presidenta, va a terminar matando a la gallina de los huevos de oro” (Mirtha Legrand). Estos discursos -que pendularon entre la información incidental, el análisis económico-político y la declaración de principios- así como la sobre-exposición sistemática al conflicto re-presentado en y por los medios de comunicación, establecieron un repertorio de explicaciones/interpretaciones favorables para una toma de posición cercana a los intereses de los sectores agrarios de poder.


Por último, cabe mencionar también otros elementos discursivos que han estado presentes en la arena mediática, componiendo el escenario de significación de una clase que aún conserva fuertes aspiraciones de movilidad social: la denominada “tregua” entre el gobierno y los ruralistas[1], la “venganza del campo” en relación a las humaredas curiosamente sincronizadas, el “patoterismo” y “resistencia” de los sectores involucrados, la mal llamada “guerra gaucha”, las referencias al dirigente ruralista De Angeli como “el nuevo Blumberg”, la “rebelión” de los trabajadores del interior e incluso reminiscencias a los antagonismos históricos entre unitarios y federales.



Afasia


 Otro factor interesante en el análisis de prácticas (acciones con significados) y representaciones de la clase media, resulta de la ausencia de cuestionamientos al quiebre del ciclo productivo causado por el paro agropecuario. En un contexto laboral de colonización de la vida privada de los individuos, flexibilización, jornadas interminables, intoxicación y dependencia del trabajo (una versión castellanizada del término “workoholic”), el paradigma de la productividad devora –como Saturno- a quienes necesariamente forman parte del mercado laboral. Serás productivo o no serás, quizás esta sea la semilla que macera en la progenie de nuestra época.
La productividad se ha convertido en uno de los parámetros determinantes de la construcción identitaria. Ser productivo implica generar plusvalor, posicionarse en cada campo con la promesa de resultados efectivos, engendrar, multiplicar, fabricar, desencadenar, suceder. Suceder: ser en la ocurrencia diaria, subjetivarse a través del trabajo, constituirse como persona. Pareciera que la productividad se ha convertido en un acto humanizante. Por ello, todo elemento que entorpece o dificulta la productividad cotidiana es leído como estocada a una de las glándulas humanas más basamentales: la autoestima, y atacado con exultantes verborragias que revelan la locuacidad condenatoria de una clase mediocéntrica. Esto es lo que ocurre, en general, con los piquetes de los sectores populares. “No nos dejan ir a trabajar”, “somos gente de trabajo” y “nosotros no tenemos la culpa”, son algunas de las frases que la clase media deposita con frecuencia en las bocas mediáticas. Invocando al trabajo como fuente fecunda, la clase media extracta su antipatía, xenofobia, intransigencia y menosprecio a las necesidades de los sectores populares.
            Pero ¿qué sucede cuando el piquete lo organiza la clase dominantes? ¿Qué consecuencias acarrea el quebrantamiento del sistema productivo del país cuando se detienen importaciones y se derrama la leche, cuando se cortan pasajes estratégicos de ingreso y egreso de mercaderías, cuando se prenden como rehenes a trabajadores que se dirigían a sus puestos de trabajo[15]? Silencio. Un silencio cómplice y cautivo –porque en definitiva, esta clase sufre también las prepotencias del desabastecimiento-, la carencia prodigiosa de autonomía crítica, de un juicio reflexivo que arroje al menos algún interrogante a la arena política. Cuánta fuerza ejerce la dominación simbólica de los sectores de poder para propiciar este silencio de cementerio, qué alianza singular vincula a las hormiga con sus mundanos átemeles.[16]
           
Tal vez Bourdieu (Bourdieu, 1988) evocaba a nuestra querida clase media al escribir que el pequeño-burgués es el proletario que ha tenido que hacerse pequeño para llegar a ser burgués. Ojalá esta hambruna utópica de filigranas y cristalería fina resultase suficiente para aclarar –aunque más no fuese en parte y sin prolijidad de análisis- por qué la clase media defiende con tanta vehemencia las posiciones políticas de una clase a la que no pertenece. Y más aún, una clase que la somete a los mismos imperativos e iniquidades que a los sectores populares, pero con la promesa insensata de obtener el premio (de parecer, claro, no de pertenecer) sólo con un esfuerzo más de la voluntad.

Quizás Poe (Poe, 1956) tuviera más de una razón para escribir que “como especie poseemos elementos de contentamiento todavía no aprovechados, y que aún ahora, en medio de la oscuridad y la locura de todo pensamiento sobre el gran problema de las condiciones sociales, no es imposible que el hombre, el individuo, en ciertas circunstancias insólitas y sumamente fortuitas pueda ser feliz”. Una versión política de la fábula del burro y la zanahoria graficada en un conflicto agropecuario singular.

El sueño del niño rico, o como en este caso, del no tan rico.

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES CONSULTADAS

BOURDIEU, P. 1988. La distinción, Criterios y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus.
DIAZ, E. 1996. “¿Qué es el imaginario social?”, en La ciencia y el imaginario social, Bs. As., Biblos, 1997.
FORD, A. 1994. Navegaciones, Bs. As., Amorrortu Ediciones.
GEERTZ, C. 1973. “Descripción densa: hacia una teoría interpretativa de la cultura”, en La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1987.
GRAMSCI, A. 1970. Antología, Bs. As., Siglo veintiuno editores, Argentina, 2004.
GUINSBURG, C. 1980. “Morelli, Freud y Sherlock Holmes: indicio y método científico”, en ECO H. Y SEBEOK, T. (Eds.) El signo de los tres. Dupin, Holmes, Peirce, Barcelona, Lumen, 1989.
LANATA, J. 2002. Argentinos, Bs. As., Ediciones B, 2005.
MARTINI, S. 2002. La sociedad y sus imaginarios, Bs. As., Documento de la Cátedra de Teorías y Prácticas de la Comunicación II, UBA, 2003.
O`DONNELL, P. 1978. Las hormigas de Chaplín, Bs. As., Ed. Sudamericana.
PIGNA, F. 2004. Los mitos de la historia argentina, Bs. As., Grupo Editorial Norma.
POE, E. A. 1956. Cuentos 2, Madrid, Alianza Editorial, 2007.
RODRIGUEZ, M. G. 2003. “Representaciones: un juego incompleto”, en Representaciones Sociales: investigación y práctica, Bs. As. Instituto de Investigaciones Gino Germani.



[1] Es imprescindible recordar que el “paro” es la resultante de las luchas y conquistas obreras en la Argentina. Por tal motivo, debe considerárselo a lo largo de este artículo como un término que complejiza los procesos significantes del conflicto agropecuario, en tanto se utiliza (paradójicamente) como denominador de las prácticas ejecutadas por sectores patronales.

[2] Afiches caseros que expresaban “Reteneme esta, Cristina”  o frases que referían a los camioneros como “negros de mierda”, entre otros ejemplos televisados.

[3] Este impuesto se les cobra a los exportadores sobre el valor del producto exportado, y estos lo trasladan a los productores.

[4] En el caso del maíz  se aplicaba una retención del 47,9%, mientras que a partir de la nueva resolución la alícuota corresponde al 42,9%. En el caso del trigo, las retenciones se modificaron del 38.9% al 37.9%. Finalmente en el caso del girasol, las retenciones variaron del 54.6% al 51%.

[5] Ya en 1534 la corona española decretó un reparto de las tierras de América del Sur en cuatro franjas paralelas –de norte a sur- entre Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Simón de Alcázaba y Pedro de Mendoza (Pigna, 2004).

[6] Desde el sometimiento de los querandíes en 1536, los araucanos, tehuelches y ranqueles en 1872 hasta las víctimas de la “campaña del desierto” en 1879, por citar algunos ejemplos.

[7] Así como el Estado fija impuestos a la exportación de la soja, también lo hace sobre todas aquellas materias primas producidas en el país y destinadas al comercio de exportación, como por ejemplo el petróleo, la carne y el arroz.

[8] Martínez de Hoz, Casares, Pellegrini, Iraola, Campos, Ramos Mejía, Unzué, Cano, Diaz Velez y Pueyrredón entre otros. El libro “Argentinos” de Jorge Lanata ofrece un interesante mapa del poder en nuestro país durante los siglos XIX y XX (Lanata, 2005).

[9] “Sentido común” en términos gramscianos.

[10] Artículo de Alejandro Piscitelli, 25 de junio de 2004 “¿Tecnofobia? ¿Internet le hace bien o mal a la escritura? Veremos, veremos, veremos”.
Disponible en http://portal.educ.ar/debates/educacionytic/tecnofobia/internet-le-hace-bien-o-mal-a-la-escritura-veremos-veremos-veremos.php

[11] Durante el período de debate parlamentario se instalaron carpas de diversos partidos en la Plaza de los Dos Congresos, que brindaron información sobre el conflicto, realizaron diversas actividades políticas y culturales y operaron como núcleos de apoyo o rechazo a las posturas gubernamentales. La carpa del Partido Humanista, MAS, la Carpa Verde (la única carpa de apoyo a los dirigentes ruralistas), Evangelistas, Movimiento de los Aborígenes, Movimiento al Socialismo, MTD, La Cámpora y Movimiento Evita fueron algunas de las 11 carpas instaladas.

[12] 25/03/08: Página 12: “Sigue el lockout contra las retenciones”; La Nación: “Se agrava la protesta del agro y crece la tensión en el interior”. 27/03/08: Página 12: “Campo minado”. 07/05/08: La Nación: “Más tensión en el conflicto entre el Gobierno y el agro”; Página 12: “Un acuerdo retenido”. 28/05/08: Infobae: “El campo afirma que se "cerró definitivamente una etapa de diálogo"; La Nación: “Rige el tercer paro del campo y recrudece el conflicto”; Crítica: De la mano de la protesta rural se advierten faltantes en las góndolas”. 06/06/08: La Nación: “Peligra el abastecimiento”; Infobae: “Faltan frutas y verduras, y temen por la carne y la leche”, para citar algunos titulares. Disponibles en www.agenciapulsar.org.

[13] Disponible en http://sinlond.wordpress.com/category/paro-agropecuario.

[14] Clarín, 2 de mayo de 2008: “Al final de la tregua, los dirigentes del campo impulsan movilizaciones, pero sin cortar rutas”.

[15] Numerosos camioneros permanecieron detenidos en las rutas durante varios días, en precarias condiciones de higiene, comunicación, alimentación y vestimenta.

[16] El escarabajo atemeles vive largos períodos guarecido en las profundidades de los hormigueros y ha desarrollado una peculiar relación con sus anfitrionas: éstas lo limpian, le brindan calor e incluso cuidan de sus larvas a cambio de la substancia que segregan. Este elixir las atrae tan profundamente, que aún cuando el átemeles devore mansamente a las larvas de las hormigas, encuentra en el hormiguero un cubil tibio y protegido.

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